RELOJ DE ARENA Seguridad, la apuesta perdida
"Love is a many-splendored thing". El amor es algo esplendoroso, título de la canción ganadora de un Oscar en 1955, tema del filme "Angustia de un Querer", en que actúan Jennifer Jones y William Holden.
La canción - pegajosa, agradable y bien dulzona- es interpretada por Los Cuatro Ases, exitoso conjunto norteamericano que se impone en discos, radio y TV en los años 50 y 60 del siglo pasado.
Precisamente en los 60 el conjunto viene a Chile y una de sus actuaciones sería en el Casino viñamarino. En medio de una gran demanda, hacemos una reserva para ver al grupo en vivo y en directo. La noche del caso llegamos con la debida anticipación y tenida, pero se nos impide el acceso, pues mi acompañante estaría bajo la línea de edad necesaria para ingresar.
El episodio -en todo caso un bochorno- no era novedad en el Casino Municipal de Viña del Mar. Desde su apertura en 1931, el acceso al recinto tenía una serie de restricciones, que iban desde la formalidad de las tenidas hasta la actividad misma de los asistentes. Por cierto, el estado de temperancia era un factor determinante en el control de entrada a los diversos recintos del establecimiento. Una junta de vigilancia velaba por el cumplimiento de disposiciones, muchas de las cuales hoy resultan hasta absurdas e inaplicables.
La restricción por edad era frecuente, pese a la mayor liberalidad que trajo el paso del tiempo.
Implacable era el rechazo a la violencia tanto en las salas de juego como en los comedores y el cabaret. Los casos extremos terminaban en la prohibición permanente de acceso a los protagonistas de esas situaciones. Algo así como las actuales prohibiciones de acceso a los estadios de ciertas personas. Para no dar espacio a las dudas o a la discrecionalidad, un decreto municipal, con la firma del alcalde, precisaba la prohibición identificando a los "indeseables" con nombre y apellido. El documento se exhibía en el acceso al recinto.
Líder de la ruleta
Las restricciones señaladas tienen su origen en la propuesta misma de creación del Casino Municipal, a partir del rechazo tajante a la iniciativa que expresó el Presidente Pedro Montt en 1910.
Pero la idea seguía vigente y fue reflotada por el diplomático Alberto Mackenna. Argumentaba que en Europa los casinos eran fuente de "sociabilidad y cultura".
Desde el diario La Unión, voces del partido Conservador calificaron al diplomático como el "líder de la ruleta". Pero la idea ganaba fuerza y llegó hasta el Congreso, que en 1928 aprobó reformas legales que permitían la existencia de un casino de juego en Viña del Mar como una atracción para los turistas.
La ruleta comenzó a girar, provisoriamente, en las instalaciones del balneario de Recreo y, posteriormente, quedó a firme en el local vigente hasta la actualidad con retoques diversos. Gran inauguración el 31 de diciembre de 1930.
Las críticas y el sentido común indicaban que el cuestionado establecimiento debía reunir condiciones de seguridad y de respetabilidad, quedando así a salvo a los detractores. Sin embargo, con el paso del tiempo, las cesuras abundaban. En el Senado se continuaba debatiendo la existencia del centro de juego viñamarino que, en tanto, contribuía con recursos al desarrollo de la comuna.
Pasan los años y cambian las normas. Se crea una Superintendencia de Casinos de Juego y aumentan los recintos que explotan la actividad. Competencia para Viña del Mar, donde a la tradicional ruleta y punto y banca se suman las máquinas de juego. La ruleta, además, de acuerdo al modelo de Las Vegas. Estados Unidos, en vez de 37 números, tiene ahora 38, con lo cual las viejas "martingalas" ya no funcionan.
Ya han pasado los tiempos del concesionario Joaquín Escudero, quien había hecho de la seguridad una característica del Casino. Él mismo, en el exterior de su casa, casi frente al establecimiento, mantenía un guardia nocturno que velaba por la tranquilidad de sus sueños.
Seguridad relajada
El tema de la seguridad se va relajando y el acceso al recinto, cabaret, comedores y salas de juego, no tiene mayor problema, salvo pagar la entrada.
Y así llegamos a una liberalidad extrema y el recinto no es sólo atracción para turistas, sino que también para delincuentes que se aprovechan de las "debilidades" de incautos que en busca de ganancias y amor fácil descuidan su propia seguridad y patrimonio.
Esta situación hace crisis en septiembre de 2023, cuando un incauto jugador es atraído en el recinto de juego por dos mujeres -escorts, trabajadoras sexuales o prostitutas, póngales usted el cartel que quiera- que lo hacen perder el conocimiento con drogas o alcohol. Salen con él del recinto en su propio vehículo. Tras una especie de paseo de la muerte, las mujeres golpean y estrangulan a su víctima, un empresario de 60 años, y lo dejan en el interior de su vehículo en calle Nueve Norte.
Anteriormente le han robado su celular y tarjetas de crédito, logrando así sustraer importantes sumas de dinero. Esta "faena" de las escorts es la reiteración de otras que no han llegado al homicidio.
Tras el hallazgo del cadáver y un eficiente trabajo policial, las mujeres son detenidas y entregadas a la justicia. El Tribunal de Juicio Oral en lo Penal de Viña del Mar condena a una de ellas a 12 años de prisión y a su cómplice a 18 debido a su participación en hechos similares. Ambas deberán pagar 30 millones de pesos a la familia de la víctima.
¿Treinta millones es el costo de una vida?
¿caso cerrado?
El caso policial y judicial se ha cerrado. ¿Se ha cerrado realmente? No, pues las responsabilidades en esta muerte y en otras situaciones cercanas al homicidio subsisten. El hecho tiene como uno de sus escenarios el Casino Municipal de Viña del Mar. Está entregado en concesión, se dirá. Cierto, pero la propiedad no se extingue y tampoco la responsabilidad, en este caso de la Municipalidad. Y también parte de esa responsabilidad cae en un organismo de gobierno, la Superintendencia de Casinos de Juego.
Con el caso señalado y otros conocidos se advierte una grave falla en la seguridad de la casa de juego donde entre las máquinas de azar y las mesas de tapete verde pululan esas escorts en busca de clientes. Pareciera que las cámaras de seguridad son, simplemente, un adorno inútil.
Hace años conocí a un funcionario de Investigaciones que me contaba cómo había enfermado tras largas jornadas de vigilancia, noche y madrugada, en el Casino viñamarino. ¿Dónde está ahora el olfato y conocimiento policial?
Hay riesgo para los clientes y daño grave para el tradicional Casino que pierde respetabilidad y se convierte en peligroso. Podría figurar en esas listas infamantes en que se alerta a los turistas de los peligros de ciertos lugares de atracción.
Y, lo más grave, es que pierde la ciudad y queda lesionado un tradicional patrimonio viñamarino. La seguridad resulta ser una apuesta perdida…
Recuperar prestigio, seguridad y respetabilidad es tarea ineludible, irrenunciable.