LOS MARTES DE DON DEMETRIO Benditas vacaciones
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
Era diciembre de 1961. Había terminado mi quinto año de Derecho en la PUCV. Con mi amigo Enrique Vicente estábamos de acuerdo en darnos vacaciones en el mes de enero de 1962 y después dedicarnos enteramente a redactar la tesis que en conjunto íbamos a escribir para recibirnos de abogados. Sin embargo, nos quedaba delante algo de tiempo de relajo por el resto del verano. Recuerdo esa época por la locura general de Chile por el mundial de fútbol. Ambos cumplimos el acuerdo y entre el interés de ver a Pelé en el estadio El Tranque -esperanza que se frustró, pues el astro brasileño se lesionó y ahí apareció quien sería una estrella, Amarildo- y nuestro deber de darle a la máquina de escribir tratando de idear el mejor texto para nuestra Memoria, transcurrió la vida.
En mayo de 1962 se abrió un concurso público para ingresar a la secretaría del Senado. Era un trabajo realmente apetecido por todos lo que estaban en mi condición de abogado o en proceso de serlo. Me gané ese concurso con el primer puesto. El ingresar todos los días por la puerta de calle Morandé y poco a poco ir conociendo a los senadores a quienes admiraba y veía como dioses, y que ellos me fueran conociendo por mi nombre y conversaran conmigo sobre ciertos proyectos de ley, me resultaba un sueño a mis 22 años.
Pero un día, trabajando en un proyecto de ley que precisamente donaba un departamento Corvi a cada uno de los miembros del equipo que había logrado el tercer puesto en el mundial de 1962, me cayó como una especie de rayo mental la idea que ya nunca en el resto de mi vida tendría tres meses de vacaciones en el verano y que por ley sólo tendría derecho a 15 días hábiles por año. Nunca más en mi vida tendría un asueto mayor que ese lapso. El impacto de ese "rayo" me produjo una especie de depresión. De ahí empezó el proceso de pensar con la familia durante todo el resto del año en los quince días hábiles de vacaciones o de feriado anual, o como dicen los marinos, en el permiso.
En mi niñez en Lota era normal que la empresa les comprara las vacaciones a los trabajadores y les pagara la mitad de un sueldo mensual por ello. Eso después fue prohibido por ley. Los mineros que hacían uso de sus vacaciones no poseían los medios para salir a un lugar especial, por lo que los días transcurrían en esa solitaria y hermosa playa Blanca, camino a Coronel. Ver la realidad que hoy existe en ese lugar hace imposible pensar que era arena blanca totalmente solitaria. Los trabajadores de Santiago planeaban pasar un día en Cartagena. No había dinero para más. El tren salía de la capital alrededor de las 8 a.m. y volvía otro a las ocho de la noche, lo que permitía a todas las familias pasar un día en la playa. Para esa breve aventura costera se llevaban ollas, platos hechos y, lógicamente, algo de tinto.
¡Cómo ha cambiado Chile para bien en este aspecto! Hoy los días feriados presentan para todas unas disyuntivas no fáciles de resolver. ¿Vamos a Playa del Carmen o a Cartagena de Indias? Y comienza la discusión entre los miembros de la familia o entre el grupo de amigos que pasarán juntos esos días. Otros se inclinan por las playas de Brasil. No falta el que sostiene con cara de sueño no cumplido su deseo de conocer Disney y Miami. La cantidad de chilenos que en los últimos 10 años ha volado por primera vez al extranjero es significativa.
En lo personal, después de haber invertido mis feriados legales en países diferentes donde servía como diplomático, a esta altura de mi vida prefiero visitar los sitios maravillosos que ofrece nuestro Chile. He conocido lugares que nunca había visitado. Quedé perplejo con la hermosura de San Pedro de Atacama, que me mostró lo precioso que es el desierto y sus lugares escondidos. Hace un par de años fui por primera vez en auto a Chiloé. Pasamos dos semanas maravillosas conociendo gente encantadora, probando una cocina fuera de serie y socializando con compatriotas que se caracterizan por su modo afable de ser. Cuando dejé la isla, el auto me mostraba que había recorrido más de 1.000 kilómetros por esos parajes tan únicos. Creo haber recorrido y conocido todo Chiloé, visitado los preciosos lugares que posee, sus mercados y las tan especiales iglesias coloniales construidas de madera y que tienen como base piedras y troncos de árboles.
En estos días estoy de vacaciones a orillas del lago Puyehue. Es un lugar precioso. Cuando escribo estas líneas veo el lago y al otro lado de este las suaves montañas de la cordillera de la Costa cubiertas de magníficos bosques. A mis espaldas, como una expresión diferente de la madre naturaliza, tengo las altas montañas de la cordillera de los Andes, algunas con nieve en sus copas. Es un espectáculo de ensueño. El sol sale igual que en Viña del Mar por los cerros del este, pero la diferencia viene cuando se pone el astro rey. A diferencia de lo que veo todos los días en Reñaca, el sol no se pone por el mar, sino que poco a poco comienza a desaparecer detrás de las suaves ondulaciones de la cordillera de la Costa, poniendo sus rayos sobre el lago y haciendo que a cada instante el agua tenga colores diferentes y que todo su alrededor adopte tonos especiales. No hay dos días iguales. Por ello me da la impresión que todas las tardes Dios nos pinta un cuadro diferente para que gocemos con el tipo de naturaleza que Él nos puso a disposición en este precioso Chile. Sí, tengo la impresión que Dios se entretiene pintándonos diariamente un cuadro diferente. Sólo su mano y su mente divinas podrían reflejar la maravillosa realidad de la que gozamos todos los días.