APUNTES DESDE LA CABAÑA ¿Augurios de comienzos de año?
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR, ES ACADÉMICO DEL CENTRO PAÍS HUMANISTA DE LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN Y DE LA UNIVERSIDAD FINIS TERRAE ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR, ES ACADÉMICO DEL CENTRO PAÍS HUMANISTA DE LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN Y DE LA UNIVERSIDAD FINIS TERRAE
Un jilguero entró intempestivamente a mi estudio este primero de enero. Con mi hija escuchábamos un concierto de Nicolo Paganini cuando, para nuestra sorpresa, se coló la visita por una ventana abierta. No es la primera vez que ocurre algo así. Varios picaflores han extraviado su vuelo para quedar aleteando contra los vidrios. Son frágiles, esbeltos, unos ángeles diminutos y juguetones, que pueden averiar allí irremediablemente sus alas o morir de pavor. Entonces abro todas las ventanas y ellos siguen revoloteando agitados hasta que se posan en el escritorio o algún libro, y sólo después me acerco a ellos dejándoles con un pasadizo hacia la ventana abierta más cercana. Acicateados por la angustia diferencian por fin entre la transparencia engañosa del vidrio y la benéfica del aire, y se echan a volar tras su libertad. ¿Qué pensarán en ese vuelo regocijado? ¿Compartirán con sus congéneres el encuentro con un Polifemo en su caverna con libros? Si los pájaros pueden hacerlo, dominan entonces, no sólo el arte del canto y el del vuelo, sino también el de la poesía y el relato.
Pues esta semana llegó a mi escritorio Paganini con su plumaje de tintes amarillos y verdes espejeando en la mañana luminosa. Intentó huir, pero como se topaba con los vidrios empezó una danza desesperada de babor a estribor y de proa a popa sin poder escapar. Al cabo de un rato se detuvo en un aspa de los ventiladores, a esa hora quietos. Lo tranquilizaba recuperar el aliento a cierta distancia de nosotros mientras giraba lentamente en ese entorno de libros y estantes hechos de árboles mientras Paganini (el compositor y violinista) saludaba el verano con impetuosos arpegios. Elevé el volumen de los parlantes e ignoro si la música le fastidió o lo inspiró, pero de pronto Paganini (el jilguero) cruzó el aire de vuelta a su mundo sin límites. Era un bello y joven jilguero, de esos que algunos encierran en jaula para venderlos o para que les cante sólo a ellos. ¿Su aparición representará un augurio positivo a los ojos de los arúspices del Chile Profundo? Supongo que es uno bueno pues se trata de un ave delicada que cayó en una suerte de trampa, aprendió a confiar -algo al menos- en el ser humano (siempre sobrevalorado) y luego, en la hora decisiva, cuando toda esperanza parecía agotada, recurriendo a sus propias fuerzas logró regresar donde los suyos.
Pero dicho esto, que suena alentador y bello, agrego algo sí inquietante: en la noche del 30 al 31 de diciembre pasado, cuando me disponía a acostarme, vi sobre la blancura de mi almohada la más grande araña pollito que haya visto. Lucía allí perfecta en su traje color greda. Con mi señora no les tememos porque son inocuas, pero es inconveniente tocarlas pues sueltan pelillos dañinos para los ojos. La bautizamos Morfeo, desde luego, y la envolvimos con especial cuidado en un pañuelo y la regresamos a la oscuridad del jardín. Están en peligro de extinción porque muchos -erróneamente- las consideran peligrosas y las matan y algunos las venden para que las exporten a países desarrollados para deleitar a quien desea una mascota exótica, y así las "pollito" mueren solas y desarraigadas en algún cuarto de edificio de una ruidosa metrópoli. A veces sospechamos que tal vez nuestra casa se alza en un sendero de tarántulas y que por eso ellas se asoman con frecuencia, imponentes y lentas, a nuestras ventanas a contemplarnos. ¿Qué significa este Morfeo para los augures del valle de Olmué o de Elqui? ¿Bueno o mal presagio? ¿Soy supersticioso? Ante esa pregunta respondo como un marxista-leninista que conocí en La Habana y que murió sin ver un cambio de gobierno: "No creo en brujos, compañero, pero de que los hay, los hay".
Lo sabroso es que las recientes señales no se agotaron allí. Hace pocas semanas anidó una pareja de torcazas entre el follaje de nuestro nudoso y retorcido parrón. Armaron un nido casi tan aireado como un canasto de huevos, para nada denso y suave como el que el colibrí teje con líquenes, raicillas y musgo, y se instalaron discretamente en la espesura del reino de Dionisio. Al tiempo nació un polluelo, y nosotros seguimos reuniéndonos, tomando el aperitivo y conversando bajo el parrón, de modo que tanto los padres como el polluelo concluyeron que -aunque bípedos desplumados- no éramos peligrosos y se habituaron a nuestra cercanía. Todo marchó bien hasta que llegó el día que siempre llega: los padres dejaron de acompañar a la cría en el nido. Nuestra hija especuló con que los padres habían sido devorados por un gato negro que merodea por la parcela (grandes depredadores estos gatos sueltos, por cierto, de aves autóctonas) y decidimos observar con detención al polluelo, que bautizamos Bienvenido, pues pasaba horas y horas aferrado al parrón esperando por sus padres. Temimos que muriera de hambre. ¿Qué come un polluelo de torcaza?, le preguntamos a la IA, y ésta nos lo explicó y a la vez advirtió que con su ausencia los padres animan a la cría a independizarse. A los tres días concluimos que los padres o habían pasado a mejor vida o sufrían un ataque de amnesia o andaban en nuevos romances.
Sin embargo, ayer encontramos a Bienvenido más grandecito y fuerte posado sobre la mesa bajo el parrón contemplando unos platillos con agua y granos de arroz que le habíamos ofrecido. Nos miró sin desconfianza ni saber qué hacer. Tampoco nosotros supimos qué hacer. Y de pronto ocurrió algo memorable: apareció la madre (o el padre, ¿quién sabe?), se detuvo cerca de Bienvenido por unos instantes para luego emprender el vuelo nada lejos. Al ratito, tras agitar a modo de prueba sus alas, que me parecieron gruesas y cortas, Bienvenido salió detrás. Los seguimos y presenciamos algo sorprendente en un sendero de piedras: El polluelo se abalanzaba chillando y con el pico abierto sobre el padre o la madre exigiéndole alimento. Su insistencia era obstinada, insolente, vehemente, y la torcaza le brindó cuanto podía regurgitar y emprendió otro corto vuelo. Bienvenido miró esa huida incrédulo y defraudado, suponiendo -imagino yo- era un abandono intolerable. Nos miró como buscando aliados, vaciló unos segundos al notar nuestra inmovilidad neutral, y echó a volar en la misma dirección de su progenitor. Y entonces lo vimos volar detrás de él con un cierto dominio repentino, con dirección y estabilidad, y creemos que ese fue el instante preciso en que Bienvenido comprendió que podía valerse por sí mismo.
No hemos vuelto a verlo ni hemos avistado plumas diseminadas por la parcela, señal alentadora. ¿Significan algo estos encuentros? Difícil saberlo en el mes dedicado al dios romano Jano, la deidad de los dos rostros, las puertas, los comienzos y los finales, el dios que mira al futuro y a la vez al pasado, el que nos ofrece el principio de "tanto esto como aquello", en lugar del de "o esto o aquello". En fin, dejo el tema a los brujos, en los cuales no creo, pero de que existen, existen. ¡Larga vida para mis fieles lectores y también desde luego para Paganini, Morfeo y Bienvenido!