APUNTES DESDE LA CABAÑA
POR ROBERTO AMPUERO ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR, ES ACADÉMICO DEL CENTRO PAÍS HUMANISTA DE LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN Y DE LA UNIVERSIDAD FINIS TERRAE ESCRITOR, EX MINISTRO Y EMBAJADOR, ES ACADÉMICO DEL CENTRO PAÍS HUMANISTA DE LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN Y DE LA UNIVERSIDAD FINIS TERRAE
Demasiadas ciudades chilenas están perdiendo su rostro, memoria y carácter, es decir, se han modernizado ignorando sus raíces y arquitectura tradicional. Con ello desarraigan culturalmente a sus habitantes. Pocas han sido capaces de conservar aquello que desde su fundación las definió, hizo conocidas y atractivas, y les brinda identidad. Antes de los españoles en nuestro país no existían ciudades ni grandes centros ceremoniales como en vecinas latitudes, y esa realidad empequeñece obviamente nuestra ventana arquitectónica inspiradora.
La Serena es una de las ciudades que optó por conservar conscientemente sus rasgos originarios, gestión que se debe al Presidente Gabriel González Videla, oriundo de ella, quien se preocupó por mantener fachadas y edificios con el rostro histórico. Pese al intenso tránsito que la cercena y atormenta, La Serena mantiene su identidad, que se puede admirar mejor temprano por las mañanas de domingo o ya avanzada la noche, cuando resplandece a ratos genuina, inconfundible.
Otra es Santa Cruz de Colchagua, donde entiendo ha jugado un rol el aporte cultural y económico del empresario Carlos Cardoen. San Pedro de Atacama es otra, un oasis que ha logrado mantener su aire y convertirse en imán turístico. Calama, en cambio, a poco más de 100 kms de distancia, figura entre las ciudades consideradas más feas del país, aunque ignoro si el título es justo y si hay otras que la derrotan en esa categoría. Quillota, en cambio, al menos varias de sus calles centrales, así como su plaza municipal con iglesia, aviario y palmeras, ha sabido defender su personalidad y tal vez por ello a ratos ha sido una de las ciudades más felices de Chile.
Valparaíso, la ciudad con más carácter del país y patrimonio arquitectónico de la humanidad, según UNESCO, también es pintoresco en algunos de sus cerros y original en su casco histórico, así como lo es el casco de Iquique o el de Punta Arenas. Pero asimismo hay muchas ciudades que están en riesgo de perder sus barrios antiguos, lo que en Europa llaman la "ciudad vieja", como en Colonia, Estocolmo o Praga. Prefiero no referirme a Puerto Montt, donde estuve hace poco, y cuyo centro devastado y muerto desde el estallido da lástima. Alejo Carpentier lo dice con franqueza en un ensayo: pocas ciudades latinoamericanas son bellas, a diferencia de las europeas. Tiene razón. Las ciudades latinoamericanas huyen de sí mismas en busca de mejores barrios y va dejando atrás una estela de decadencia y abandono. Pareciera que muchas ciudades navegaran al garete sin normas para construir, es decir, sin planes reguladores y esto simplemente porque sus autoridades no logran elaborarlos.
Pienso en Olmué, por ejemplo, denominada "capital del folklore" nacional. Su atractivo surge de su clima seco y caluroso y su paisaje urbano campestre, entre cuyos añosos árboles lento transcurre el tiempo. Sin embargo, la ciudad no tiene, o pareciera no tener, un plan regulador, de modo que cualquiera puede construir como le venga en gana. De ese modo se encuentra uno una casona antigua, típicamente olmueína, y a su lado una moderna que pudiera estar en Talcahuano o Rancagua, y enseguida se puede alzar una improvisada tienda de bloques con aspecto de bodega. Es peligrosa la falta de normas en una ciudad porque termina diluyendo su rostro y carácter, afeando el entorno, convirtiéndose en aquello que Carpentier despreciaba.
Lo cierto es que Olmué mantiene su aire original gracias a iniciativas de privados con conciencia local, sensibilidad estética, visión histórica y mirada de futuro. Eso se advierte en la fachada de sus negocios, casas o en el concepto de condominios. Así se ha mantenido la fisonomía tradicional en ciertas calles y condominios, aunque la mayoría de las personas ha tenido que encerrarse detrás de muros y portones por el desembarco de delincuentes.
En estas semanas un fantasma recorre la ciudad sembrando miedo e incertidumbre en términos estéticos urbanos. ¿La razón? La próxima construcción de un nuevo mall chino de enormes dimensiones en el corazón mismo de Olmué. Frente al próximo inicio de obras los habitantes se preguntan si irá a ser tan poco estético como otros que han aflorado en el país y que difunden una imagen negativa al final incluso de la milenaria y admirable cultura china.
Dicho esto, agrego lo siguiente: No es que los supermercados o malls chilenos se destaquen por aportes arquitectónicos a las ciudades. Lo aclaro porque está lejos de mí la intención de estigmatizar a nadie. Lo que deseo es enfatizar que el temor de los ciudadanos proviene en última instancia de que no existe una normativa que proteja el rostro de la ciudad, de que se carece de un plan regulador, lo que constituye una invitación a construir las fachadas como se quiera, un atentado a la identidad de una ciudad que en gran parte vive de su atractivo campestre.
Esto implica que no hay directrices a seguir en estilo, en alguna línea o tipo de fachada que se inspire en la personalidad local. Sabemos hacia dónde conduce esto. ¿No es acaso fácil imaginar qué ocurriría con la bella avenida Urmeneta de Limache si se derribaran todas las casonas y se declarara chipe libre para construir por falta de normativa?
Si uno recorre ciudades europeas queda admirado de cómo protegen y restauran casas y cascos urbanos de 500, 1000 o 1500 años. Así mantienen su cultura e identidad y entornos estables. Nosotros, como decía Carpentier, vamos borrando nuestra identidad sin caer en la cuenta de la gravedad de lo que trae aparejado. Cuando el pasado de un país queda sepultado sólo en un par de libros de historia, de algo esencial adolece el alma de su gente.
Quienes construyen un "mall chino" o supertiendas o supermercados de espaldas a las pequeñas ciudades que atienden, ignorando la tradición cultural del lugar, tienen también la posibilidad -ante la falta de plan regulador- de construir una obra que, al menos en su fachada, sintonice con la arquitectura tradicional de la ciudad. De ese modo la gente la hace suya. Algo conozco de la China milenaria y he sido testigo de cuánto valoran y conservan ellos -en medio de su vertiginoso proceso de modernización- el rostro de su longeva y admirada cultura.
Pienso que los malls chinos, que a juicio ciudadano no están aportando a la estética de los barrios donde se levantan, tienen una gran oportunidad en Chile para dar un ejemplo a otros empresarios e identificarse con la ciudad donde tienen sus clientes, haciendo un eficaz guiño hacia la cultura y la historia del país que los acoge con curiosidad, afecto y respeto por su inagotable laboriosidad.