LA PELOTA NO SE MANCHA ¿No será mucho, Lucho?
Reinaldo Sánchez es un tipo duro. Forjó su imperio de microbusero a pulso y a pesar de las discriminaciones y diferentes golpes que le ha dado la vida, se ha mantenido firme, dispuesto a soportar diversas humillaciones antes que ceder en sus convicciones. Los wanderinos han disfrutado de sus logros y han sufrido sus obstinaciones y yerros, aunque en este último tiempo, la balanza se ha inclinado cruelmente hacia el segundo lado. Uno de ellos ha sido insistir con mantener la propiedad de Santiago Wanderers hasta conseguir el ascenso a la primera división.
Después del bochornoso incidente del último partido, que no se pudo jugar por falta de acuerdo con la empresa de guardias, Sánchez, cual Pilatos, se lavó las manos, culpó al gerente y puso en el cargo a Luis Sánchez, su hijo.
Se trata de un viejo conocido para los hinchas del decano. Corría el año 2001 y Reinaldo, envalentonado por la campaña de su equipo, decidió postularse a la presidencia de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional (ANFP) y, contrario a lo que quería el establishment, salió victorioso.
Una vez instalado en el sillón de la ANFP, no le quedó otra que, como un Napoleón del fútbol, delegar la presidencia del decano del fútbol chileno en su hijo, Luis Sánchez. Reinaldo II o Luchito, según como prefieran llamarle, aprovechó la inercia y, siendo muy joven, fue el presidente de Wanderers cuando obtuvo su tercera estrella. El padre le traspasó la copa de campeón del fútbol chileno en un estadio nacional repleto de wanderinos que no eran capaces de cuestionarse lo que presenciaban o no les interesaba juzgar a esta excéntrica monarquía porteña.
No pasó mucho tiempo para que Luis Sánchez pagara los ripios de su inmadurez en una época cuando no bastaba con pedir disculpas cada vez que un presidente se equivocaba. En cambio, terminó saliendo del club, igual que el resto de la familia.
Después de dos décadas, Luis Sánchez volvió al club, ya no como presidente, sino como gerente general. Él debe hacerse cargo de los problemas y solucionar los errores que, según su padre, el antiguo manager no fue capaz de arreglar, pero lo hizo de la peor manera. Fue incapaz de gestionar el primer amistoso del año que era el retorno de la noche verde, un evento que, a fines de los noventa, era el orgullo de Reinaldo Sánchez.
Fue tanta su frustración, que Luis Sánchez no pudo de contener las lágrimas en la conferencia de prensa donde debía dar cuenta de su fracaso frente a las autoridades.
Más allá de sus faltas en la gestión y reacción desproporcionada, hay un hecho que va más allá de sus capacidades y que tiene que ver con el contexto. Autorizar un partido entre Wanderers y Colo Colo, por muy amistoso que sea, es un riesgo para cualquier autoridad y, en especial, para Carabineros.
La historia reciente da cuenta de que caturros y colocolinos se han hecho famosos por una serie de actos violentos dentro y fuera del estadio y nada asegura que esta sea la excepción.
Quedando menos de un año para el cambio de gobierno, mejor decir que no a un evento masivo, antes que hacerse cargo del problema de fondo, el fracaso de Estadio Seguro y la falta de control de las autoridades sobre las barras. Pierden los Sánchez, los jugadores y los hinchas. Ganan las autoridades cobardes y los violentos que han demostrado, una vez más, que no hay forma de controlarlos.