LOS MARTES DE DON DEMETRIO Marcando el paso
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
Hace unos días atrás les narré mi experiencia personal con la expresión con que se titula este artículo. Como se recordará, la primera vez que la oí en forma categórica fue cuando en el Liceo Alemán del Verbo Divino de los Ángeles la escuché de boca de mi profesor de gimnasia, un oficial activo del Ejército que nos enseñaba a desfilar. La segunda, cuando me despedí de mi padre en Lota para venir a Viña del Mar y estudiar Derecho en la UCV y me dio como último consejo antes de viajar que me esforzara en ser buen estudiante y que esperaba que, una vez recibido, no fuera de esos abogados "que marcan el paso".
Enseguida, hice recuerdo de un almuerzo hace 35 atrás con un diplomático y gran amigo -Carlos Ducci-, quien haciendo una especie de apócope de la expresión me contó que le implantarían un marcapasos. Nunca había oído hablar del tema. Aquello consistía en que le meterían en el cuerpo - según él - un aparato de un tamaño mayor a una cajetilla de cigarrillos para arreglarle el ritmo del corazón. Por último, en el artículo de marras, conté que me sometería próximamente a la implantación de un marcapasos, pero que el médico me había dicho que el tamaño del instrumento a introducir era muy pequeño y que el tajo para ponerlo dentro del cuerpo sería minúsculo. Pues bien, al momento de escribir estas líneas tengo el marcapasos instalado y tal como me comprometí en la publicación previa les narro cómo fue la cosa.
Debía presentarme en la Clínica en Santiago a las 12.30 horas para que la intervención misma fuera a las 14.30 horas. Salimos con mi mujer desde Reñaca alrededor 09 de la mañana de ese día pues queríamos viajar con un buen resguardo marinero, como se dice en la Armada, a fin de cumplir puntualmente con la cita. Era un día muy asoleado y la temperatura era grata. Mi mujer manejaba. Todo iba muy bien, como un viaje común y corriente a la capital. Como se sabe, terminado de subir Agua Santa y desde las curvas existentes más arriba hay una gran visión sobre el puerto y en general sobre toda el área de Viña y Concón. Había muchos barcos grandes a la gira esperando lugar para entrar a los muelles. Era una vista preciosa. En un momento determinado y si mediar razón alguna, me vino a la mente que a lo mejor esa era la última vez que vería esa hermosura de paisaje, pues cuando a uno se le meten en el corazón no se sabe cómo saldrá el asunto. Confieso que me vino una angustia profunda y una serie de sensaciones especiales, ninguna positiva, respecto de lo que sería mi futuro. Ese estúpido pensamiento duró alrededor de dos minutos y luego se impuso la cordura emanada directamente de la cabeza ordenándome alejarme de allí. Me nació la seguridad que vería nuevamente ese verdadero cuadro pintado por Dios y que mi vida en pocos días más sería absolutamente normal. El resto del viaje fue sin novedad, lo mismo que la presentación en la clínica.
A la hora indicada me hicieron pasar a una habitación donde me ordenaron que me sacara toda la ropa y me proporcionaron una especie de camisa de dormir con la particularidad que estaba cerrada por delante, pero absolutamente abierta por atrás. En otras palabras, me tapaba el frente del cuerpo. Es decir, la espalda y que lo viene más abajo quedaron al aire. Al poco rato, en la misma cama que se me había asignado, me transportaron a la sala de operaciones. A esta altura del itinerario debo hacer dos menciones de carácter general. La primera, que como en todos los pabellones de operación la temperatura era muy baja y sentí frío. Se dice que ello es para obedecer las reglas de mantención de los sofisticados instrumentos que allí existen. Pero que hace frío, lo hace. La segunda se refiere a lo que sentí cuando me hicieron ponerme sobre la mesa de operaciones. Siempre me he preguntado por qué aquéllas son tan duras. Es como acostarse sobre una mesa de fierro. Por suerte el tiempo despierto allí es corto, pues luego con la anestesia uno se olvida de aquella incomodidad. Una vez instalado en la famosa mesa, pusieron a mi alrededor una serie de instrumentos que yo no había visto nunca. Tuve la sensación de ser rodeado poco a poco por esos monstruos modernos que aparecen en los cómics que ven en TV mis nietos y que a mí me dan hasta susto. Luego se me presentó el cirujano, un profesional de excepción. Pero quizás lo más importante de él es que es una persona tremendamente humana y empática. Ya tenía la cara tapada con la mascarilla de operaciones y usaba el resto de la vestimenta de los cirujanos antes de proceder a una intervención. Simplemente me preguntó cómo estaba y afectuosamente me dijo "nos vemos a la vuelta". Enseguida, otro médico encargado de la anestesia, me explicó que me iba a poner por medio del catéter que ya me habían instalado en un brazo un médicamente que me dormiría. La verdad es que no me di ni cuenta cuándo pasé a los brazos de Morfeo.
El próximo paso fue despertar en una sala post operatoria atendido por enfermeras, las que me preguntaron cómo estaba, a lo que respondí que bien. La verdad es que no tenía dolor alguno y que ni siquiera sentía el que me hubiera hecho un tajo, menos que este tuviera relación con el corazón. Mi idea fue que había estado dormido por no más de dos minutos, pero en realidad habían sido casi de dos horas. Daban ganas de reclamar el por qué el sueño había sido tan corto ya que mientras estuve dormido pensé que estaba en el paraíso. De ahí me llevaron a una pieza donde debía permanecer 24 horas, para luego darme de alta. Yo no lo podía creer. Se habían metido en mi corazón, el lugar que cobija todos mis sentimientos y que alberga mis ilusiones, y me mandaban para la casa al día siguiente. Yo pensaba que iba a estar en la clínica al menos una semana. Pero todo fue tal cual como se me señaló previamente. Al día siguiente abandoné el lugar y con mi mujer nos volvimos a Reñaca. Me siento perfecto y ya noto los resultados del aparato que me introdujeron en el pecho. No tengo restricción alguna de comida ni de movimiento. Solo se me ha dicho que no haga esfuerzos con el brazo izquierdo por un breve tiempo. En cuanto al parche que me instalaron, es algo más grande que un simple parche curita.
Debo concluir que el marcapaso es realmente sensacional. Le recomiendo a todos los lectores, de cualquiera edad, que se lo instalen. Invito a que procedan a pedirles a su médico que desean tener un marcapasos. Como diría un lolo -con perdón del lector- "es la raja".
Esta experiencia tan buena y positiva tiene sí un solo lado malo. Este se refiere a que Ud, estimado lector (a), todos los martes futuros tendrá que seguir sufriendo el ver aparecer en su diario "la página de don Demetrio".