LA TRIBUNA DEL LECTOR La difícil senda del crecimiento
POR ALFONSO SALINAS, PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE EMPRESAS REGIÓN DE VALPARAÍSO - ASIVA.
Hoy soplan renovados aires en favor de retomar la senda del crecimiento económico. Vale la pena detenerse a reflexionar sobre lo que sabemos al respecto. Durante más de 300 mil años, la humanidad no logró mejorar de forma sustancial su estándar de vida. Fue solo a mediados del siglo XIX, con la Revolución Industrial, cuando comenzamos a experimentar un progreso exponencial en la manera de vivir.
Curiosamente, la noción de crecimiento económico no formó parte de los desarrollos teóricos iniciales de la economía. Recién a mediados del siglo pasado, los economistas comenzaron a debatir y postular hipótesis al respecto. En un reciente libro, el economista inglés Daniel Susskind plantea que la humanidad estuvo sometida durante siglos a la "maldición de los rendimientos decrecientes", que condenaba a las sociedades a apenas satisfacer las necesidades básicas derivadas del crecimiento poblacional. Las predicciones del reverendo Thomas Malthus -según las cuales la sociedad eventualmente no podría sostener el crecimiento poblacional- reflejaban esta realidad. Sin embargo, la Revolución Industrial rompió ese paradigma.
Los esfuerzos de los economistas modernos por entender el crecimiento económico pueden agruparse en cuatro enfoques principales: narrativas amplias, modelos matemáticos teóricos, análisis estadísticos y estudios de las estructuras sociales fundamentales. Entre los primeros, destaca el economista Walt Rostow, quien postuló una serie de etapas que los países debían transitar hasta alcanzar los beneficios del "interés compuesto" y el consumo masivo. Sin embargo, estas teorías dieron paso a planteamientos matemáticos que buscaron una aproximación menos política y más científica.
El primero de estos modelos, conocido como el modelo Harrod-Domar, planteaba que el crecimiento dependía del nivel de inversión en capital físico. Aunque intuitivamente sensato, la experiencia demostró que aumentar el capital físico no garantiza el crecimiento. Muchos programas de apoyo a países en desarrollo terminaron en despilfarros sin lograr el anhelado progreso.
En la década de 1950, Robert Solow y Trevor Swan desarrollaron un modelo conceptual que introdujo una nueva variable: el progreso tecnológico. Al analizar el crecimiento de Estados Unidos durante los primeros 50 años del siglo XX, Solow demostró que la producción per cápita se había duplicado, pero solo una pequeña proporción de ese aumento (menos del 15%) se debía a mayor capital o trabajo. El resto, más del 85%, se explicaba por el progreso tecnológico. En otras palabras, el crecimiento no provenía de usar más recursos, sino de emplearlos de manera más eficiente. Sin embargo, el modelo no explicaba qué originó ese progreso tecnológico.
Fue recién a fines de la década de 1980 cuando economistas como Robert Lucas y Paul Romer incorporaron la noción de ideas y conocimiento en los modelos económicos. Hasta entonces, las teorías se centran en recursos materiales: tierra, esfuerzo físico, maquinaria. Lucas y Romer destacaron que, mientras los recursos físicos son finitos, las ideas son infinitas. En la economía del conocimiento, el crecimiento trasciende las limitaciones físicas.
Para entender por qué surgen las ideas, algunos economistas han explorado explicaciones culturales e institucionales. Por ejemplo, el sociólogo Max Weber vinculó la ética protestante con la Revolución Industrial. Otros, como los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, proponen que las "instituciones inclusivas" -que generan oportunidades equitativas para toda la sociedad- son clave para el crecimiento, en contraste con las "instituciones extractivas", que concentran recursos en manos de una élite.
Existen varias lecciones relevantes para nuestro país y, en particular, para la región de Valparaíso. Primero, el crecimiento económico es un desafío complejo, sin soluciones fáciles ni recetas universales. Esto contrasta con la simplicidad que a menudo se percibe en los debates políticos.
Segundo, aunque la inversión es necesaria, tanto o más lo es mejorar nuestra productividad. En este sentido, el potencial asociado a las universidades, las industrias creativas, la innovación y el emprendimiento es crucial. Si no logramos hacer las cosas mejor, ser más eficientes y productivos, estamos condenados al estancamiento.
Por último, no podemos ignorar factores estructurales e intangibles, como la confianza, la colaboración y el funcionamiento adecuado de nuestras instituciones, desde la burocracia estatal hasta el sistema judicial. Estos elementos son fundamentales para generar un entorno propicio para el crecimiento.
No hay atajos. Si bien medidas como reducir trámites o bajar impuestos pueden ayudar, como gremio, creemos que son insuficientes. Es imprescindible complementar estas acciones con esfuerzos sostenidos para aumentar la productividad, fomentar la innovación y fortalecer las instituciones. Solo así podremos construir un marco más ágil e inclusivo que permita a nuestra sociedad prosperar en el largo plazo.