RELOJ DE ARENA Remates, amenaza vigente
Corrientes 3-4-8 segundo piso, ascensor no hay portero ni vecinos.
Adentro coctel de amor.
Pisito que puso Maple…
Las primeras líneas del viejo tango "A media luz", con música de Edgardo Donato y letra de Carlos Lenzi. El tema de 1924 de los tiempos en que Argentina era uno de los países más prósperos del mundo y los millonarios estancieros se daban el gusto de instalar a sus amantes en elegantes departamentos del centro de la capital lujosamente amoblados por la Casa Maple, sucursal local de una famosa mueblería británica.
Eran los años dorados de las importaciones de menajes completos, incluyendo cuchillerías y vajillas de porcelana francesa, como la Limoges.
Esos gustitos por lo europeo también se daban en Chile, a menor escala, por cierto, pues sólo éramos discretamente prósperos cuando los ingresos del salitre decididamente iban cuesta abajo.
En el remate de una casa viñamarina me di el gusto de comprar un mueble Maple, un paragüero. Cuatro brazos para colgar justamente los paraguas y prendas de lluvia, un cajoncito para guardar quizás qué cosa, un espejo redondo y biselado donde ellas se miraban tras haber afrontado el temporal y al pie un depósito de bronce para recibir el agua que escurría de los paraguas.
Todo de muy buen gusto, pero al llegar el mueble a casa fue calificado de inútil. Ya casi no llueve, no se usan paraguas y ¿dónde diablos lo ponemos?
Podríamos rebatir eso de la inutilidad, pues con el cambio climático se puede esperar cualquier cosa. El ejemplo de los caprichos meteorológicos está en Miami...
También estaba el problema de la altura de este otrora funcional y distinguido mueble, incompatible estéticamente con las dimensiones de las viviendas actuales.
SALIENDO DEL CLóSET
En materia de muebles antiguos, ya casi todos en retirada, tenemos un largo catálogo, partiendo por los roperos, armatostes que ocupaban buena parte del dormitorio y que actualmente ha sido reemplazado por el clóset, pequeña bodeguita con cajonería donde se guarda la ropa. Además, en estos días está de moda con una expresión sobre aquellos que "salen del clóset" y en medio de polémicas aparecen por los escenarios.
Escarbando en el pasado, un mito local, con nombre y apellidos, da cuenta de un señor que al estar ocupando un lecho que no era suyo junto a una dama, nombre y apellido, que tampoco era la que correspondía. Se ocultó largo rato en el clóset ante la inoportuna llegada del titular del lecho. Pasado el peligro, huyó por los caprichosos y peligrosos techos porteños.
Volviendo a los muebles del pasado encontramos en el comedor, además de la mesa y sus sillas, uno llamado "aparador", una amplia vitrina donde se lucían las mejores fuentes de la casa y juegos de copas que rara vez se usaban debido a su fragilidad. Aparece también en el catálogo el "trinche", mueble con cubierta de mármol destinado a trinchar las carnes que se servían en la mesa.
Ahí tenemos una historia que se remonta a la Edad Media y que encontramos en el diario El País de España referida a una entretenida exposición sobre la gastronomía de esa época. En los grandes banquetes se servían platos hasta con 15 especias, supuestamente incomibles en la actualidad. La cantidad de esos ingredientes eran expresión de jerarquía social y servían para la conservación de los productos. Las carnes que llegaban al comedor eran cortadas en un mueble especial, por el trinchante, que la distribuía entre los comensales ubicados de acuerdo a su jerarquía. La calidad y la destreza de este sirviente marcaban el estatus social de los dueños de casa y su labor era muy apreciada.
Los comensales tomaban con la mano la carne cortada por este personaje justamente en el trinche. Los aristócratas de la Corona de Aragón postergaron el uso de los tenedores, ya que los cortes del trinchante eran verdaderas obras de arte. Los tenedores, relata un historiador, llegan a la Península Ibérica alrededor de 1450.
Bueno, los chinos mantienen ese rechazo y son diestros en el uso de los palitos, algunos muy valiosos. Muchos carecemos de ese arte, casi de relojería, y disfrutamos del wantán, la carne mongoliana o el pato Pekín con prosaicos tenedores.
PANORAMA DE WIKéN
En los tiempos en que los remates eran frecuentes y el martillo del Manuel o Francisco Blanco dispersaba antiguos menajes, aparecían los "trinches", parte del comedor que ya no eran operados por ese hábil sirviente especial de que nos habla la historia.
Asistir al remate de una buena casa era para muchos un panorama de fin de semana. Una suerte de "voyerismo" que permitía conocer las intimidades mobiliarias de personas o familias más allá del espectáculo de la puja de algunos artículos de valor.
Un remate interesante y atractivo fue el de los bienes de la casa de Carlos Van Buren, años 30 del siglo pasado. El martillero editó un pequeño folleto, en el cual se leen parte de las últimas disposiciones del filántropo informando que el producto de la subasta se destinaría a beneficencia:
- "Ruego a mis amigos y amigas de Valparaíso, Santiago y Viña del Mar, que acudan al remate, a fin de cooperar conmigo a hacer el bien a los desvalidos".
Lo recaudado se destinaría a La Cruz Blanca, no la isapre que en esos tiempos no existía, al Patronato Nacional de la Infancia, a la Protectora de la Infancia de Santiago y al Hospital de Niños de Valparaíso.
La residencia de Van Buren tenía valiosos bienes, costosos tapices y alfombras junto a muebles, tal vez de la misma casa Maple del tango. Se sumaban a todo ello obras de arte, como importantes cuadros del gran marinista Sommercales.
De gusto refinado, su despensa guardaba docenas de botellas de champaña Moet & Chandon de 1917, gran cosecha, y numerosos cajones de vinos nacionales y franceses.
Van Buren, pese sus conocidas costumbres austeras, bebía discretamente whisky y en la subasta figuraban varias botellas de la marca Royal Vat, sobre cuya cualidad no puedo opinar, pues mis conocimientos sobre el escocés llegan sólo al Etiqueta Negra y al conocimiento, de oídas, del Etiqueta Azul y, claro está, del Chivas y sus alcances políticos.
El hecho es que un remate como el de la residencia de Van Buren, Cuatro Norte con Dos Oriente, era una oportunidad para conocer la vida diaria y las intimidades del filántropo cuyo nombre se mantiene vigente en un siempre deficitario e importante hospital porteño.
Edwards bello
Edwards Bello, por su parte, aporta al tema de las subastas recordando que su niñez transcurrió en la porteña calle Condell en la llamada Casa Pompeyana, que por su estilo evoca las edificaciones de la desaparecida ciudad italiana. Hoy es sede de la Municipalidad de Valparaíso. De esa línea el edificio conserva mosaicos y hasta inscripciones.
El primer dueño de la casa, dice el escritor, fue un caballero Espic y Huidobro y afirma que "los huidobros fueron negreros en los tiempos en que la trata era negocio de personas distinguidas".
La casa sobrevivió al terremoto de 1906. Pasan los años y la propiedad, vendida por la familia Edwards Bello es escenario de un remate:
- "El remate acecha a las casas bonitas. Un día llegó el martillero. El volcán del mal gusto cubrió la casa de estucos, de tabiques y letreros, y la adormeció como a Pompeya del Vesubio en el año 75. El año 1921 jugué al bacará en el mismo cuarto que había sido mi dormitorio. La casa era club. Tout passe".
Leopoldo Tassara, que fuera director de este Diario y de La Estrella, con el seudónimo de Tizio escribía una leída columna, jugando con la fantasía y la realidad.
En una de ellas nos lleva a un remate, la subasta de Valparaíso. La gran ciudad es sólo pasado y sus sobrevivientes bienes son liquidados al mejor postor a golpes del martillo de la Casa Blanco que, claro está, ha trasladado sus oficinas a Santiago. Celebrada voz de alerta de hace décadas que cada día cobra mayor vigencia.