LOS MARTES DE DON DEMETRIO Nuestros vecinos argentinos
POR DEMETRIO INFANTE FIGUEROA, ABOGADO Y EXDIPLOMÁTICO
Ha terminado la grata temporada estival, la que ha tenido más o menos las mismas características de sus predecesoras. El clima estuvo bueno, el Festival de Viña del Mar fue un éxito -pese al apagón que obligó a prolongarlo por 24 horas y la discusión por quién sería la reina del evento-, hubo diversos exitosos festivales en varias ciudades de la región, la Armada presentó un excelente desfile de sus naves, del cual gozamos todos los habitantes de la zona, y los vecinos del otro lado de la cordillera vinieron en masa.
El número de estos se acrecentó siguiendo la tendencia ya histórica que el flujo de turistas que atraviesa la cordillera de los Andes, de un lado para otro, depende de los precios que ofrece el comercio de cada país. Esta vez a los argentinos les era muy favorable nuestros precios y por ello uno los veía en masa en los comercios locales comprando con maletas diversos artículos, incluso los escolares.
A todo lo anterior hay que agregar la cantidad de automóviles argentinos que transitaban por nuestras calles. Eso me hizo recordar una vieja anécdota que ya se contaba en la época remota en que fui estudiante de Derecho en la UCV. En ese tiempo hubo un año en que circularon una mayor cantidad de autos argentinos que la habitual. Realmente parecía una invasión. Era una época en que el parque automotriz de Chile era inmensamente inferior al de hoy. Se contaba que un viñamarino que vivía en la solitaria Reñaca de esos años, había ido a la calle Valparaíso. Cuando entró por 15 Norte a la avenida Libertad, en los diversos semáforos que existían en cada luz roja podía ver que todos los vehículos que lo rodeaban, tanto por detrás como por delante, tenían patente argentina. En esos años los autos provenientes del otro lado de la cordillera tenían una identificación reflejada en "chapa".
Los de Buenos Aires comenzaban con una "C", que significaba capital federal. Bueno, el reñaquino de marras durante todo el trayecto por la venida Libertad no fue capaz de ver un solo vehículo con patente chilena, lo que le causó una alarma que se fue incrementando en la medida en que avanzaba. Al detenerse en la luz que existe en Libertad con Uno Norte, se dio cuenta que el auto que estaba delante poseía patente chilena. Lleno de felicidad se bajó de su vehículo y se aproximó al chofer de aquél, quien llevaba la ventana abierta. Lleno de emoción, el nacional le dio una especie de abrazo y le dijo: "Por fin encuentro un compatriota, qué emoción más grande". El chofer con cara sorprendida lo quedó mirando y le contestó "Y, ché... ¿en este país vos no podés arrendar un auto?".
Pero, aunque muchos no crean, esta verdadera avalancha de argentinos durante el verano es de vieja data, claro que por su cantidad supera hoy largamente a la histórica. Recuerdo que siendo niño venía de Lota a veranear a la casa familiar en Zapallar. Era la época en que los automóviles en Argentina seguían la construcción inglesa y llevaban el volante a la derecha, lo que hacía realmente peligroso el manejo en nuestros caminos. Luego mutaron el manubrio a la izquierda, como lo hemos tenido siempre en Chile. En la época a la que me refiero el Gran Hotel de Zapallar (hoy desaparecido) estaba sito casi al frente de una construcción que todavía existe en la calle principal y que es como una especie de isla con fines municipales y que en esa época era el lugar donde Aurelio vendía verduras. Dicho hotel se llenaba de argentinos. Tenían las mismas características de los que vienen a veranear hoy. Con esa "pachorra" que les es propia, se paseaban con un termo de agua caliente para tomar mate en la playa y las niñas -muchas hermosas- usaban un traje de baño más atrevido que las nuestras.
Respecto a la "pachorra" propia de los ches, la cosa no ha variado. Una auxiliar de vuelo de Lan- Chile me contaba que ella se daba cuenta de inmediato cuando un niño de alrededor de 12 años era chileno o argentino. El primero pedía "por favor, me puede traer una cocacolita", en cambio el segundo ordenaba "Eh... traéme una Coca-Cola". Es que nuestros vecinos del este no tienen límites para pensar y actuar. Hay un chiste que los retrata de cuerpo entero. Cuentan que un día un argentino iba caminando por la calle y súbitamente hubo un relámpago. El hombre, como la cosa más natural del mundo, miró al cielo y dijo: "Gracias Señor por haberme sacado una foto". Para ellos Buenos Aires es la ciudad más bonita del orbe, posee la avenida más larga de la tierra y Maradona y Messi son los mejores jugadores de fútbol de la historia. No tienen límites cuando desean expresar sus intenciones. Quizás la última demostración de ello es la del presidente Milei, quien en vez de llevar de regalo a sus anfitriones en Estados Unidos el típico mate de plata, llevo una motosierra. Para orgullo nacional, no puedo imaginarme a Ricardo Lagos haciendo una cosa como aquella. No es falta de personalidad. Es ubicación sobre la trascendencia del cargo que se ocupa.
Con el perdón de Winston, en materia futbolística ellos nacen con la pelota en los pies. Hoy nos sentimos satisfechos porque en el fútbol argentino una docena de chilenos juegan en primera división. En cambio los argentinos que han pasado por nuestras canchas podrían contarse por docenas. Al respecto, como un muy antiguo caballero cruzado, no puedo olvidar que la UC, en 1948, terminó en la mitad de la tabla de posiciones. Al fin de ese año se contrató a quien antes que existieran Maradona y Messi era considerado el mejor jugador de las canchas argentinas: José Manuel Moreno. Se pagó la "estratosférica" suma de un millón de pesos por su pase. Ese hombre, con los mismos jóvenes que el año anterior habían tenido una mediocre actuación, sacó campeón a la UC en 1949. Recuerdo que siendo un niño de nueve años lo vi debutar en el verano de1949 en un partido amistoso contra Everton en el viejo estadio El Tranque. Ganó fácil la UC por un score, si mal no recuerdo, de cuatro a dos.
Hoy, en lo macro debemos pensar que tenemos que acercarnos aún más a los argentinos para que vengan a Chile, para que hagan negocios aquí y para que el centro de ese país saque sus productos de exportación al Asia por Valparaíso, lo que le daría un tremendo impulso al decaído puerto nuestro. Claro que para ello se necesita construir un túnel a nivel que atraviese los Andes. Se me dirá que estoy loco por el valor qua tendría la obra. Pero hoy día nada es imposible cuando se trata de grandes proyectos. Es cosa que Santiago y Buenos Aires se pongan de acuerdo en llamar a una licitación internacional para que por medio de una concesión se realice la obra. Podríamos copiar la astucia peruana para dar vida a través de ese método a un puerto como Chancay, que debe haber costado más o menos lo mismo que construir el túnel de marras.
Los argentinos son buenas personas. Simpáticos, cancheros, comen bien y tiene pachorra. Quizás lo único malo es que nacen con un gen que los lleva a ser especialistas en correr los cercos.