LA PELOTA NO SE MANCHA Ni un clavo sacará este clavo
POR WINSTON POR WINSTON
En 1981, el historiador chileno Hernán Godoy publicó "El carácter chileno". En él, su autor intentaba responder las preguntas de si existía una identidad nacional, cómo somos, cómo nos imaginamos y cómo nos ven desde afuera. Godoy había nacido en 1920 y creció leyendo a Nicolás Palacios, autor de "Raza Chilena", y la Historia de Chile de Francisco Encina, para quien la raza jugaba un rol determinante en la vida de los pueblos.
Según Godoy, la voluntad para enfrentar los desafíos y salir adelante, la inclinación al orden y la disciplina, la sobriedad, la mesura y el espíritu crítico eran algunos de los valores que destacaba el historiador como parte de la excepcionalidad chilena, factores que se combinaban con la "talla" oportuna y rápida del roto, así como la ironía del huaso.
Un siglo después, hablar de raza suena a eugenesia y destacar la excepcionalidad a patriotismo rancio. Sin embargo, varios de estos atributos sirven para destacar a otro Hernán Godoy, uno que nació en 1941 y que esta semana nos dejó.
Sobrino nieto de Lucila Godoy, nuestra Gabriela Mistral, fue conocido como Clavo o Clavito, apodo que se ganó cuando niño por sus mechas erizadas. A Hernán Godoy Véliz la mayoría lo recuerda por su carrera como entrenador y su pequeña pizarra, además de infinitas anécdotas sabrosas y frases controvertidas para el recuerdo, pero poco de su pasado como futbolista.
El Clavo fue delantero y debutó en La Serena en tiempos en que a los futbolistas apenas les alcanzaba para vivir y cuando duraban años en sus equipos. De hecho, Godoy estuvo siete años en el equipo papayero antes de partir a Santiago Wanderers, donde jugó en 1966.
De su paso por Valparaíso surge una de las tantas anécdotas que llenaron las páginas de su vida y un libro donde relató parte de su historia. En un clásico porteño jugado en Sausalito, Wanderers estaba sin sus mejores figuras y, desde los primeros minutos, sin arquero, que se lesionó y debió dejar espacio para un jugador de campo. A pesar de eso, y en un partido que parecía condenado al empate, Hernán Godoy aprovechó su picardía, mas no su estatura, para lanzarse en palomita y hacer el gol de la victoria. Por si esto fuera poco, en la locura del gol, Clavito fue a celebrar con la barra y no encontró nada mejor que quitarle la gorra a un carabinero (un amigo en su camino) y se fue a festejar con ella puesta a la galería.
Más vivo y rápido que el defensa que lo marcó en el gol, detrás de él partió el policía a recuperar su prenda y, de paso, llevarse detenido al vallenarino por maltrato de obra a la autoridad. Calmados los ánimos, zafó de irse a la cárcel, la autoridad recuperó su gorra y el nombre del pequeño delantero quedó grabado para siempre en el corazón de los porteños. De hecho, siempre fue querido y respetado en la zona.
Estuvo en tres oportunidades a cargo de la banca de Wanderers. Algunos podrán decir que por necesidad, otros que, por amor, pero Clavito estuvo ahí, como hacen los mejores amigos, para hacerse cargo en las peores circunstancias. Siempre fue más querido como persona que valorado como director técnico, una virtud que se transformó en problema: nunca se le entregó un equipo con un presupuesto decente y una planificación a largo plazo. Y es que Clavito tomaba lo que le daban, pues era de esa estirpe que aceptaba la adversidad sin excusa ni llantos y que tanto enorgullecía al autor de "El Carácter chileno".
Si Hernán Godoy, el historiador, buscó en distintos testimonios qué era lo que caracterizaba al pueblo chileno, su homónimo, el Clavito, fue un buen representante de ese carácter, uno que se extraña entre tanta vanidad, pusilanimidad, superficialidad y falta de compromiso.