Bochorno político que pudo evitarse
Chile Vamos cancela sus primarias y Matthei competirá directo en noviembre. Una oportunidad perdida para la derecha.
La renuncia de Chile Vamos a realizar primarias presidenciales es un bochorno político innecesario, uno que revela la profunda desconexión de la derecha con el momento que vive el país y que tanto critica. Lo que pudo ser una señal de madurez y unidad terminó siendo una muestra de fragmentación, egoísmo y cálculo estrecho.
Evelyn Matthei, quien contaba con el respaldo de RN, UDI y Evópoli, pidió insistentemente una primaria amplia, abierta a todos los sectores del Rechazo. Su diagnóstico era correcto: sólo una candidatura unificada permitiría aspirar a ganar en primera vuelta y, por primera vez, lograr mayoría parlamentaria. Pero ese objetivo estratégico fue saboteado desde dentro.
José Antonio Kast y Johannes Kaiser rechazaron cualquier posibilidad de competir en conjunto. Con ello, impidieron la articulación de un proyecto común y clausuraron el espacio para un debate democrático que fortaleciera al sector. La negativa no sólo fue una desafección política: fue una decisión deliberada de marginarse de cualquier camino de unidad, priorizando identidades rígidas por sobre intereses colectivos.
Luego, se improvisó una segunda primaria -con el exalcalde Rodolfo Carter (indep.) y los senadores Francisco Chahuán (ex-RN) y Luciano Cruz-Coke (Evópoli), que duró lo que un suspiro.
El resultado final es desolador: al menos tres candidaturas de derecha en la papeleta de noviembre, cada una con sus propios códigos, agendas y públicos, pero sin un relato compartido. La posibilidad de consolidar una mayoría en el Congreso también se esfuma, y la izquierda, aún dividida, puede capitalizar la dispersión opositora desde una primaria mucho más maciza.
Matthei ha optado por avanzar, anunciando que competirá en primera vuelta con el apoyo de Chile Vamos y de cientos de miles de independientes. Pero lo cierto es que lo ocurrido deja cicatrices. La ciudadanía observa con desconfianza a quienes prometen gobernabilidad mientras son incapaces de acordar una fórmula común para llegar al poder.
Más que una anécdota electoral, esto ha sido una lección amarga: sin generosidad, no hay proyecto político posible. Y sin unidad, la derecha seguirá perdiendo batallas que parecían ganadas.