Adiós al Papa de los márgenes
Fue un Pontífice atípico: cercano, valiente y humano. Su legado para la Iglesia es una invitación a la compasión y la humildad. Nos recordó que la Iglesia no es una fortaleza moral desde la cual se juzga, sino un hospital de campaña abierto al dolor del mundo. Su papado quedará como un tiempo de aire fresco.
Con la muerte del Papa Francisco, la Iglesia Católica pierde a uno de los líderes más singulares de su historia reciente. El primer pontífice latinoamericano, el primer jesuita en el trono de Pedro y el primero en elegir el nombre de Francisco, deja un legado marcado por la sencillez, la misericordia y una incansable búsqueda de justicia social.
Su relación con Chile fue compleja pero profunda. Durante su visita en 2018, el país vivía una crisis de confianza hacia la Iglesia por los casos de abuso sexual. Francisco, tras una criticada defensa inicial del obispo Barros, supo rectificar con humildad, pedir perdón y propiciar un proceso de renovación en la jerarquía eclesiástica chilena. Aquella capacidad de corregir el rumbo con transparencia reveló una de sus mayores virtudes: su humanidad.
El Papa argentino no fue un Papa ceremonial. Rechazó los lujos vaticanos, optó por vivir en la Casa Santa Marta y moverse en un modesto Fiat. Habló con crudeza sobre los males del capitalismo salvaje, lapidó contradictoriamente el desarrollo y el crecimiento en su encíclica Laudato si', hizo más que un gesto a las minorías sexuales, denunció la indiferencia ante los migrantes, y tendió puentes con otras religiones y con los alejados de la fe. Fue un pastor que prefirió el barro de la calle a las alfombras del poder.
Su legado es, ante todo, espiritual y pastoral. Francisco devolvió al centro del mensaje cristiano la compasión y el acompañamiento. Nos recordó que la Iglesia no es una fortaleza moral desde la cual se juzga, sino un hospital de campaña abierto al dolor del mundo. Su papado quedará como un tiempo de aire fresco, donde la ternura se impuso al dogma y la esperanza al miedo.
Francisco no sólo fue un Papa del sur. Fue un Papa para los márgenes, para los que nunca tienen voz. Su muerte deja un vacío, pero también una brújula clara para quienes sueñan con una Iglesia más cercana, más pobre y más humana. ¿Será eso posible?
Habrá que esperar la fumata bianca...