RELOJ DE ARENA El retorno de Francisco a Chile
Con visión de los cambios políticos internacionales en las primeras décadas del siglo XIX, el Vaticano asumió que había terminado la hegemonía española en América y que aparecían nuevos países con los cuales se debían establecer relaciones.
Así, en 1824 tenemos en Chile una misión de la Santa Sede presidida por Giovanni Muzzi, de la cual formaba parte Giovanni María Mastai, quien en 1846 asumiría el Pontificado con el nombre de Pío Nono.
La misión estuvo marcada por confusiones y desencuentros y no se lograron mayores acuerdos. Sus integrantes permanecieron largo tiempo en el país acogidos por diversas congregaciones. Así, Mastai residió en la Recoleta Domínica y compartió oficios, estudios y vida diaria con diversos sacerdotes.
Adicto a la buena mesa y tal vez con un ánimo renovador fue gran consumidor de charquicán, plato tradicional que tiene orígenes tanto en Perú como en Argentina.
CHARQUICáN
Con buena memoria cuando ya era Papa y recibía delegaciones chilenas recordaba su dieta nacional afirmando en latín "Beati chilensis qui manducant charquicán", benditos los chilenos que comen charquicán. Este hecho, tal vez frívolo, es consignado por diversos cronistas chilenos.
El charquicán básicamente está compuesto de carne de vacuno cocida o asada o también charqui, además de diversas verduras y caldo también de vacuno. Ingrediente importante es el ají de color. Es un plato tradicional, más o menos económico debido a la presencia de vacuno o de charqui, hoy especialmente caro.
El charquicán cuyano fue elemento esencial en la alimentación del Ejército Libertador que cruzó la cordillera. Los soldados llevaban en sus mochilas una pasta de carne tostada y molida, aliñada con ají y grasa. Se conservaba bien y al agregársele agua hirviendo se lograba un nutritivo caldo. Precursor alimento para combatientes.
El patronato
Pero más allá de un tema gastronómico, la contienda entre la autoridad civil y la religiosa se mantuvo por largo tiempo, con crisis en el tema del patronato que, de acuerdo a las viejas Leyes de Indias, daban voz al Gobierno en el nombramiento de los obispos e incluso hasta en sus viajes al exterior, como ocurrió con el obispo de La Serena, Orrego, que decidió partir a Roma sin permiso oficial.
Complicado conflicto que echó combustible a las luchas religiosas de esos años. Pero las aguas algo se calmarían cuando en abril de 1840 el Vaticano reconoce oficialmente al Gobierno de Chile y se determina un acuerdo para el complejo tema de la designación de los obispos y así amaina el temporal hasta 1880.
Finalmente, la Constitución de 1925 establece la separación de la Iglesia del Estado. Chile deja de tener una religión oficial. Muchos lo lamentaban, pero la determinación cierra una serie de conflictos entre el poder temporal y el espiritual, como aquel de los cementerios laicos. El Estado, además, deja de tener injerencia en la designación de los obispos e incluso en la creación de nuevas diócesis. La separación, herencia de antiguas normas prerrepublicanas, se logra con quejas y dudas, pero sin violencia como había ocurrido en México, por ejemplo.
Esta realidad es parte de relaciones que se inician confusas en las primeras décadas del siglo XIX con la participación de Mastai, el futuro Papa, y sus añoranzas del charquicán.
Evocación frívola, si se quiere, pero que cobra actualidad cuando se revive la presencia en Chile de Jorge Mario Bergoglio, el futuro Francisco, entre marzo de 1960 y febrero de 1961, de 24 años, completando su formación como jesuita.
Realizó estudios formales de literatura en la Universidad Católica de Valparaíso y vivió en una casa de la avenida Pedro Montt. El joven argentino es un buen estudiante, inteligente, serio cuando corresponde, pero con gran sentido del humor.
Llegó a la UCV cuando aún era rector justamente un jesuita, Jorge González Foster, y es posible que por esa razón la Congregación determinara el destino porteño de Bergoglio.
El futuro pontífice conoció en terreno uno de los dramas periódicos de Chile, los terremotos. Estaba acá para los pavorosos sismos y maremotos de 1960 y cooperó en la recolección de ayuda.
Pero sin duda en su experiencia chilena lo marcó el apostolado de Alberto Hurtado. Nacido en Viña del Mar el 22 de enero de 1901, fallecido en diciembre de 1952 y canonizado en 2005, la obra de Hurtado con su mensaje solidario se proyectó más allá de la Iglesia católica.
El llamado de Hurtado sobre los pobres que "no pueden esperar" debe haber marcado el trabajo pastoral de Bergoglio en sus tiempos episcopales en Argentina y en su trayectoria como sumo pontífice de la Iglesia católica.
Volviendo a su formación en Valparaíso, participó en cursos de literatura dictados por Ernesto Rodríguez, conocido entre sus amigos y discípulos como "Chamorro". Era un hombre de grandes e ideas, de pensamiento profundo. Fue uno de los creadores del Colegio Patmos, en Viña del Mar.
El futuro Papa durante su permanencia en Valparaíso los años 1960-61, fino observador, debe haber percibido los primeros "ruidos" de la precursora reforma universitaria que se inicia en 1967 justamente en la Universidad Católica de esta ciudad.
El padre González deja la rectoría para dar paso a otro jesuita, Hernán Larraín, quien a su vez entregaría el timón de la casa de avenida Brasil al abogado Arturo Zavala, el primer laico en ese cargo. En fin, esa es otra historia, pero indudablemente hilvanada con los tiempos de formación y experiencias de Jorge Mario Bergoglio.
Así, conocedor de Chile, el prelado vecino a nuestro país, viene como Papa en 2018, visita marcada por dudas y reiteradas denuncias de abusos sexuales por parte de sacerdotes, abusos en buena medida encubiertos. El propio Francisco, tras una visita que "no prendió", como había ocurrido con la de Juan Pablo II en 1987, reconoció que "no había sabido escuchar ni reaccionar a tiempo", dice uno de sus colaboradores. En contraste, la presencia en Chile de Juan Pablo II estuvo rodeada de tironeos políticos, tiempos del gobierno de Pinochet, y también por entusiasmo en liturgias masivas como la de Rodelillo, en Valparaíso. En suma, fue exitosa.
La reacción chilena, la fractura de la Iglesia y la insistencia de un sector del clero fueron necesarias para convencer a Francisco de la grave crisis. El sacerdote chileno Felipe Herrera, periodista, editor general de Vatican News, afirma que el Papa reconoció su error y emprendió "todo lo necesario para iniciar el movimiento más grande en contra de lo que él llamó la plaga de la cultura del abuso y del encubrimiento en la Iglesia".
Ya no se trataba de la frivolidad del charquicán aquel de Pío Nono, sino que de episodios que borraban la confianza y la obra de la Iglesia en importantes planos de la vida nacional. La tarea que él deja para la Iglesia chilena tras su retorno es difícil, recuperar la confianza perdida.